A medias

Daniel Santiago Cifuentes Díaz

07/08/2021


Ya habían pasado unos cuatro días desde que fui al médico a que me leyeran una ecografía que me había hecho hacía ya dos meses, para mirar qué era el bulto que tengo en el cuello. Normalmente me tomo las cosas de forma divertida y hasta pienso en frases como “ey, escomo tener tres huevos”, “esto está de huevos” o incluso, “yo si soy mucha hueva”. Me parece una gran forma de sobrellevar la vida, reírme de mí mismo resulta liberador y me permite disfrutar la vida que muchas veces es tan burda y hasta aburrida, pero esta vez es diferente. Cuando hablamos de este tema con mi mamá, con mi familia y amigos no pueden esconder esa cara como diciendo “qué miedo ¿Qué tal sea algo muy grave? ¿Qué tal se muera?” no los culpo, somos tan frágiles, tan vulnerables y claro, no somos eternos. Ese pensar era aún más lógico después de estos dos años donde un organismo diminuto, un enemigo que no podemos cazar, encerrar o controlar llegó a tal punto de quitarle la vida a miles de personas en el mundo, incluso personas cercanas a mí. Para sumarle al temor, por lo menos de parte de mi familia, hace dos días llegó la noticia de que a una prima cercana le diagnosticaron cáncer; una noticia fuerte, pues es joven, muy alegre, sana y buena persona, pero como la flaca no mira si eres una persona mala o buena, rica o pobre, alegre o aburrida, simplemente cumple su función de llevarte al tártaro o a ese fin de nuestro ser.

La muerte nunca ha sido motivo de risa y en mi caso, tampoco está la posibilidad. Eso me lo hizo ver mi familia y también el médico que me atendió con preguntas extrañas:
—¿Qué religión profesa?
—Ninguna, no soy una persona religiosa —respondí pensando en que era muy rara esa pregunta.
—¿Cree en Dios? —Me volvió a preguntar mientras miraba mi ecografía.
—Soy bastante escéptico —Ya me estaba asustando el hecho de que me mirara y se devolviera nuevamente a la ecografía.
—Pues puede ser un quiste, pero es mejor que lo vea un cirujano por si acaso…

Esas tres últimas palabras me hicieron imaginar cualquier cantidad de finales posibles, de diferentes situaciones, diversos resultados que podrían suceder. Entre esos, cómo no, un tumor que desencadenara en la muerte por cáncer…

En ese momento imaginé de fondo la canción “Time” de Pink Floyd, diciendo:
Every year is getting shorter, never seem to find the time
Plans that either come to naught or half a page of scribbled lines
Hanging on in quiet desperation is the English way
The time is gone, the song is over, thought I'd something more to say…


Esa estrofa me envolvió, se repitió una y otra vez como si fuera un réquiem para mí. Siempre he pensado en cómo la muerte es algo tan natural, del día a día, algo sin valor o importancia alguna; en que no es algo a lo que le tema, no le quiero escapar y mucho menos evitarla para siempre. En cambio, le temo a la idea de qué dejaría al momento de irme, de que el día de mañana me montara al barco de Caronte y ya, se llamó, como si nunca hubiera existido… Apenas salí me dieron la oportunidad de donar sangre, después de eso habían unos chicos haciendo una campaña de “siembra un árbol”, yo no sabía que un bonsái era una técnica de sembrar el árbol y que se quedara pequeño; me pareció fantástico y compré las semillas mientras me tomaba el jugo que me dieron para recuperarme. Estas dos cosas, tan simples, eran algo que yo quería hacer al cumplir los dieciocho años. Ya saben, lo que uno en la vida debe hacer antes de morir: Escribir un libro, sembrar un árbol y tener un hijo; lo último no lo quiero, pero vaya casualidad que pasara esto después de la cita.

El camino de regreso no fue más que un mar de dudas. Pensaba en qué había hecho, a quién dejaría, a qué me aferro si el día de mañana me dicen que tengo poco tiempo de vida, pero más allá de eso pienso en lo que no hice y, aunque sabía el significado de la muerte, ¿podría morir feliz? No paraba de pensar en mi hermano preguntando por mí y mi mamá respondiendo que yo no volvería, que estaría en un lugar mejor.

Me mortifica la idea de no saber cuál es la pasión de mi vida, he vivido pensando en qué opinan los demás de mí, no he viajado por el mundo, no le he dicho a la persona que me gusta que me encanta, no he aprendido casi nada, he hecho lo que me han dicho que está bien; estudia, prepárate, entra a una universidad, haz una carrera que dé dinero, consigue un trabajo y así serás feliz ¡Cómo si eso nos garantizara el “éxito” y sobre todo la felicidad!, qué absurdo. 

El mundo está hecho de historias y la mía no sé si acabará pronto. Todo, absolutamente todo, se ha vuelto cuestión de tiempo, del que tuve y del que tengo. Aún no le tengo miedoa la muerte, pero descubrí mi nuevo miedo, el de terminar mi vida a medias.


“La vida es la suma de tus elecciones. Entonces, ¿Qué estás haciendo hoy?”-Albert Camus

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