Ahí tienen a sus vándalos tomando aguapanela.

Angel David Lozada

15/07/2021


El miércoles 2 de junio del presente año, se acordó el día de ingreso y registro, entre apuntes y entrevistas, a algunos integrantes de la primera línea del Portal de la Resistencia, que se hallaban ubicados en el parque El Mundo, una cuadra más hacia el sur de la estación central del suroccidente de Bogotá. El acercamiento inicial fue un poco tenso por la desconfianza de una infiltración no deseada de la fuerza pública, entre las intenciones de diálogo con algunos miembros que se encontraban en “el calor de la olla” de la plaza del portal con una “olladota” a la madera calentando una sopa y el “peladero” constante de papa y arracacha, se nos dio finalmente permiso de ingresar a los campamentos para el día siguiente.

Al mediodía del jueves, ingresamos bajo un estricto filtro de seguridad bajo comunicación por radio: -de parte de El Precursor, de la Universidad Distrital- dijo el guardia, quien enterado, nos dio la entrada revisando que todos llevásemos los carnets de prensa. A primera vista, varios que estaban descansando, cocinando o charlando casualmente nos observaron como unos sujetos nuevos que vienen a molestar, otros tantos del montón a tratarlos como robots con la única función de responder a comandos de preguntas concretas. Decidimos concentrarnos en un grupo específico para acercarnos no solo como periodistas y receptores, sino como jóvenes, como ciudadanos.

12:05 p.m, Diecinueve, el que con su alias, el más indicado para un joven quien sin duda es mucho mayor, fue de los primeros en recibirnos. Entre las preguntas iniciales, Diecinueve nos hizo referencia a las causas por lo que ellos y ellas se encontraban presentes resistiendo: -esto es una reclamación ciudadana, ya no es la reforma- haciendo hincapié a quienes participan de las manifestaciones sin conocer los motivos actuales; -lo que se necesita es un cambio de gabinete de este gobierno fascista-, seguido luego de referencias a que el cambio total se da cuando cambie la gente; luchando por un futuro digno, anotando al estado como negligente al saber que no le conviene que nos eduquemos, porque les hace bien la “pobreza mental”. 

Nos expuso que varias personas en los campamentos sintieron que abandonaron sus familias, madres; hermanos; hijos, por luchar ansiando un cambio total y extremo. Resaltó que también varios trabajaron desde pequeña edad “boleando” para poder comer, insistió de nuevo en los motivos por los que participan: -Cambiar a Colombia, demostrar de una vez por todas después de tantos paros y tantas masacres, que por fin se puede… las apariencias engañan-, nos explicó que a muchos de los presentes los estigmatizan como civiles por tener pintas de “ñero” o“rata”, pero justo allí reflexionamos sobre la afirmación de Diecinueve de “las verdaderas ratas que comen queso del fino”, aquellos quienes, para él, nos quieren como un pueblo conformista.

Entre la charla cada vez más amena, uno de nuestros compañeros, Alejandro, sacó de su morral de manera inesperada un regalo para los presentes: Un libro de portada verde que no sobrepasaba el centímetro de grosor pero que al leer rápidamente su título, todo en mi mente se aclaró: Las revoluciones inconclusas en América Latina de Orlando Fals Borda. El agradecimiento entre las y los muchachos fue de enorme satisfacción, el inesperado regalo nos hizo entrar más en cercanía. 

Otro compañero interlocutor, quien no dijo su nombre ni su alias, nos insistió en que la primera línea significa resistencia y que por fin, después de muchas décadas, la realidad del campo tocó la puerta de nuestras ciudades, concluyó con una reflexión sumamente bella: -La humildad es igual a la grandeza, pues de ambos se obtiene la riqueza: riqueza cultural. Cuando haya igualdad, tendremos una grandeza verdadera. Ahora estamos en una partida de ajedrez-. Me pregunto si en parte esta partida de más de un mes se está jugando contra el tiempo, pues quienes nos mueven como fichas piensan que estamos hechos de plástico y no de cuero. Sus relojes son obsoletos. 

Mientras el muchacho nos seguía hablando junto a las tiendas de campaña, algunos y algunas nos miraban dentro de ellas o de plano, dormían con los pies sobresalidos de las mismas. En ese momento él aprovechó  para advertirnos de un futuro aún inconcluso – Los medios nos hacen ver como un problema más, sí esto para, sí volvemos a la normalidad, nos van a buscar-. Agregando que, si la normalidad se hace presente nuevamente, volveremos a entrar en una “diarrea mental” de olvido.

1:10 p.m, la visión de sociedad que esperábamos ver, se manifestó en todas las formas en que se construye una familia, no de sangre, pero sí de lucha. De la nada, un grupo de otra campaña con una sonrisa incesante en sus labios, algunos ya sin camisas, se acercaron hacia nosotros, uno cargaba una canasta de mercado llena de globos con agua -hagamos un círculo, que vengan los de prensa también- dijo un muchacho. El ánimo de levantarse de las carpas se hizo contagiar. En ese momento, nuestros compañeros periodistas habían llegado al campamento con sus cámaras listas para disparar, de improvisto, el contraste del elemento de juego nos cayó desprevenidos tanto los que habíamos arribado antes como a nuestros compañeros recién llegados; estaban formando un círculo, y en medio de risas acompañado de concentración total, estaban ahora jugando “papa caliente” con una bomba molotov.

Entre manos y acrobacias, tirando la botella como si de un peluche se tratara, un joven la lanzó por su espalda hacia su izquierda esperando a que cayera en una mano para seguir en esta ruleta rusa del que se quema pierde. Pero cayó mal, rozando el cabello y hombro de Ana, una de nuestras compañeras de prensa, concluyendo la caída cristalina de la molotov a su lado, reaccionando inmediatamente con el fuego en el suelo… y en el cabello de Ana, quien pensó primero en la protección de la cámara y al esquivar la botella escuchó gritos instantáneos y golpes en su cabello, todo pasó de repente, pero no a mayores. Solo las puntas del cabellar crespo de Ana fueron calcinadas en un color marrón.

Entre risas incomodas y disculpas hacia ella, Diecinueve entró a la escena exigiendo con mucha rabia reflejada “saber quién hijueputas fue quien tiró la molocha”, se hizo un silencio momentáneo mientras se alejaban lentamente del circulo original. – ponga la cara quien la tiró- dijo Diecinueve. Luego, apareció el muchacho que la lanzó y la jocosidad del momento se hizo presente cuando después de pedir disculpas, empezaron a revisar entre todos y todas el cabello de Ana cuyas puntas caían lentamente – No, parce. Tendré que cortarme el cabello hasta aquí- dijo Ana indicando con sus manos un corte hasta la altura del hombro aproximadamente, y entre la revisión constante de todos los presentes, se denominó un apodo a la muchacha que sin duda ayudó al acercamiento casi inmediato de los colegas de fotografía, “Ana Molocha” que luego degeneró en el diminutivo de “Anita la Molochita”, apodo que se hará presente en cada charla.

Posteriormente, una fila se empezó a formar alrededor de una campaña cubierta de capas de bolsas de basura y soportes de troncos de madera con el acompañante perfumado de arroz, verduras y menudencias saliendo de la olla que nos auto invitó a almorzar. Luego de comer la deliciosa mezcla de arroz con la pega que al azar nos tocase con sopa de menudencias y habichuela, le pregunté a la señora, quien con sus benditas manos nos ofrecía la comida, por los ingredientes del menú del almuerzo. En ese momento, Calarcá, el encargado de la comida, me preguntó el por qué anotaba los ingredientes, pensando quizás en una posterior acción malevolente con la comida que llegase en el futuro. Al aclararle mi papel personal de recopilación escrita, Calarcá me dio el visto bueno para poder continuar, al terminar el último plato servido, él dijo -El que no comió, que coma mierda-. 

A unos metros, otras dos personas se encargaban de la posterior comida, en la sección de tubérculos, asumían la labor de pelar papa criolla y arracacha, acompañados ellos dos de unos tajos de mazorca a su alrededor. Nuestros compañeros siguieron con la búsqueda de diferentes personas para la recopilación de entrevistas, entre ellas varias palabras quedaron anotadas tanto en mis apuntes como la voz de quienes lo decían en mi memoria, “no dejen que los libros de historia nos tapen”.

2:02 p.m, llovía a intervalos agobiantes tanto para el soporte de las campañas como para el suelo donde ahora predominaba la tierra sobre el pasto en constantes pisoteadas; y volvía el sol y al par de minutos las nubes lo interrumpían, las lloviznas “espantabobos” aparecían como si de joder la moral de la comunidad se tratara. El bochorno cotidiano de Bogotá terminó ganando en la batalla del clima inconcluso de la sabana. Al mismo tiempo que los abrigos se retiraban y al instante nos ayudaba a cubrir de nuevo, se corrió el rumor de una supuesta intervención policial que iba a suceder dentro de pocos minutos, pero el rumor que puso a varios la capota solo quedó en una hipotética falsa alarma. Son las 2:11 p.m.

Entre los cuatro minutos decidiendo qué ropa usar para el clima, nos ofrecieron limonada a todo el y la que lo deseaba, siempre en el estricto orden de una fila constantemente organizada. Al probarlo, esa sensación refrescante calmó no solo la sed, producto del bochorno, sino también ofreció un respiro a mis labios para adentrarme a preguntar e iniciar una charla evitando la maldita timidez. Las nubes se movían lentamente mientras, recostado sobre un escudo de madera que servía de colchón, hablé con un joven sobre la manipulación de la televisión nacional e internacional, conversación que no tuvo conclusión.

En la mayoría de las entrevistas, la sustentación de las causas por las cuales están presentes como primera línea fue sumamente claro, pero aún así las frases particulares en cada uno retumbaron tanto en el micrófono de la cámara como en los oídos de nosotros, sus receptores inmediatos -un mundo sabio es un mundo libre… ¿por qué en mi colegio enseñan inglés y no una lengua indígena?-. a la final nos hizo una anotación frente a la cámara de actos de violencia hechos por las fuerzas del orden, nos dijo que desde el 28 los desaparecidos aumentaron al igual que la represión – a uno le quemaron el pie con ácido- dijo el entrevistado haciendo referencia a Diecinueve, quien, en la charla inicial, nos mostró las marcas en el área del tobillo junto a heridas circulares producto de balines en toda la pierna derecha.

“Sentimos que nos siguen, es un peligro resistir en casa”, “las camionetas blancas nos pueden desaparecer” “uno ya sabe que lo pueden desaparecer y aun así querer seguir luchando”. Mientras la entrevista continuaba, un señor mayor de tez morena, cabello canoso y con vestimenta de saco y camisa se acercó a Ana lentamente, quien al empezar la suave conversación le dejó tomar su cámara. Don Marcelino le contó una historia que al compartirla con todos los presentes nos dejó el corazón arrugado. En la finca que había adquirido con el esfuerzo de toda su vida, ubicado en el Meta, donde él vivía y trabajaba como campesino, llegó la guerrilla, diciéndole que para no sentirse custodiado por las armas, sus tierras ahora debían ser dedicadas al cultivo de cacao y coca.

Don Marcelino obedeció, aclarando que más allá de la constante cercanía de la guerrilla nunca se sintió directamente amenazado. Pero todo cambió cuando al irse la guerrilla, producto del conflicto, llegaron los paramilitares, quienes al percatarse del uso de las tierras, amenazaron de muerte al Don si se quedaba en la finca, le dieron quince días para guardar sus objetos personales e irse. Pasaron los días y llegó a Bogotá, desolado. Terminando su historia le dijo a Ana que apoya indudablemente a los jóvenes de primera línea -Yo sé que estos muchachos luchan para que nadie más viva lo que yo viví- dijo Don Marcelino, mientras tenía la cámara en sus manos -yo solo quiero terminar mi vida como un fotógrafo- concluyó. 

Y así como lentamente Don Marcelino llegó a contemplar nuestro trabajo de entrevista, lentamente se marchó.

3:20 p.m, las preguntas y las fluidas respuestas de quienes nos aceptaban la entrevista continuaron, “somos la evolución de lo que viene siendo”, “el periodismo es amarillista”, “vándalo el presidente, aquel que roba a su pueblo”, “a los vándalos nos recibieron con aguapanela”. Haciendo referencia a los vecinos de quienes reciben constantemente apoyo en alimentación por medio de donaciones. Fue sumamente bello ver como la panela que es aceptada en sus manos en bloques, la preparaban y compartían entre todos y todas incluyendo quienes visitaban los campamentos a entrevistarlos; el olor de la aguapanela que salía de las ollas fue atractiva para el sediento de lluvia. 

5:11 p.m, se nos permitió ver el espacio de alimentos y, al lado, quienes descansaban de sus horarios de vigilancia o de preparación rotativa de comida. Mientras el sol seguía contemplándose interrumpido junto con el constante andar de la lluvia de breves minutos, llegó una caravana de pocas personas proveniente de Soacha. Entre ellas, una persona quien llamó la atención y posterior admiración de todos y todas. Una persona de muy baja estatura quien fue recibida de inmediato por alguien de misión médica a su izquierda y otro de la CRIC a su derecha. Con un escudo de tapa de contenedor entre sus manos con el escrito sobre cartulina negra “soy primera línea y ud”, una señora muy mayor vestida con la bandera de Colombia invertida a sus espaldas como una capa, iba acompañada de su hijo quien llevaba puesta una pañoleta de la Guardia Indígena. 

La lluvia no dio tregua y se precipitó con mayor fuerza entre los truenos, y al no tener mayor protección, algunos muchachos corrieron tras sus escudos para darle sombra a la señora. Entre susurros opacados por el aguacero chocando contra el metal, fue llevada junto a su hijo al campamento de misión médica en medio de aplausos y arengas de admiración junto a una bandera blanca. Al escampar y escuchar las gotas caer sobre el plástico, prestamos atención a todas las palabras de ella, agradeciendo a todos los de la primera línea por resistir y seguir en pie de lucha por los derechos de todos, advirtiéndonos también de la ola de violencia que se avecina, pero a la vez, expresando que desea, antes de su fallecimiento, ver a todos los muchachos como los verdaderos representantes del poder público. 

Conforme avanzaban sus gratas palabras, un integrante de misión médica vestido de civil no contuvo las lágrimas. Sus palabras terminaron y continuó hablando en los demás campamentos.

Para ese momento, el frío invadió a quienes no poseíamos un abrigo indicado, pero la charla tan calurosa entre la misión médica, producto de cualquier anécdota o la extraña risa de su servidor, se hacía expresar en los breves minutos mientras comíamos galletas saltinas ofrecidas por ellos. Los brigadistas nos aclararon que su puesto de atención se encontraba distante de los jóvenes debido a que debían mantener una postura neutra. No fue por disposición fortuita; algunas casas del conjunto residencial más cercano habían denunciado “con pruebas de video y fotos”, que la primera línea los estaban amenazando, cuando simplemente estaban charlando o de plano pidiendo ciertos elementos de primeros auxilios, cosa que causó mucha frustración entre los que no estábamos enterados. Volvió a escampar, y ahora el color crema del cielo se estaba tornando a un color cálido, el atardecer se acercaba.

6:02 p.m, una fila volvió a formarse, esta vez, en otro cambuche frente a una olla de menor tamaño, pero que emanaba un humo mayor. Entre todos tomamos aguapanela con leche. Fue de extrañeza mía que ninguno la llamase “tetero” como mi familia. Luego, volvimos a escampar nuevamente. La lluvia, maldita para la tierra hecha fango, bendita para el pasto, volvió a manifestarse mientras el atardecer agonizaba sin poder ver algún rastro color rojizo.

7:13 p.m, la noche llegó. Para este instante, los diferentes troncos y ramas cortados de algunos árboles secos y a medio agonizar, fueron puestos en el fuego de las distintas campañas satisfaciendo el frío que nos hacía tiritar producto de la entrada al teatro de una noche lluviosa. En la entrada de la calle, donde la guardia revisaba a detalle los rostros y la vestimenta de quienes ingresaban, entraron unos señores con nuevas donaciones: bolsas con pan, mientras a la vez iban cargando entre sus manos una vela blanca delgada protegida de las ráfagas del viento con un vaso plástico. 

Las fogatas de cada sub campamento nos reunían a recibir su calor entre la madera, papel y ladrillo. Algunos y algunas nos hicieron lagrimear por recibir el humo directo de la madera; no fue sorpresa que para los demás era un simple ardor casual para sus ojos. Las expresiones por medio del rap y el freestyle se hicieron común en cada uno de los grupos mientras se seguía tomando aguapanela con leche. Poco después, mientras analizaba cuál era la letra y el mensaje de cada una de las canciones, nos enteramos de que la bebida caliente le habían agregado alcohol, solo fue una pequeña sorpresa que no sumó mayor trascendencia; seguimos riendo en mayor fraternidad. 

Al acercarnos sobre la calle de la resistencia para ver a detalle los vehículos que estaban pasando, debido a un nuevo supuesto rumor de una camioneta blanca rodeando la cuadra, una señora que estaba mirando rápidamente a todo joven alrededor de ella se me acercó lentamente y, al percatarse de mi chaleco de prensa, me imploró un momento para hablar con ella; me rogó hacer saber su caso a quien oídos puestos escuché.

Una madre, inmigrante venezolana, me pidió hacer una denuncia pública por su hijo desaparecido desde el día 25 de mayo. Ella me dijo e insistió que su hijo jamás estuvo manifestándose de manera violenta, pero que aún así, las fuerzas del ESMAD lo tomaron a la fuerza para llevárselo sin siquiera tener el derecho de avisar a un familiar de su captura. Su madre al preocuparse debido a que no regresaba a casa, empezó a consultar en un principio en Medicina General, que recalcó en decirle que su hijo se encontraba vivo. 

Posteriormente, le indicaron a ella ir a buscarlo en la URI de Puente Aranda y luego, a la URI de Kennedy en Carvajal, cosa que no resultó. Solo recibió una notificación por parte de la fiscalía avisando que, “debido a su actuar” en las manifestaciones del día 25 de mayo, será extraditado a Venezuela, todo en un documento firmado por él. Su madre me indicó que la letra del muchacho no se parece en lo absoluto, y que ni siquiera, se dispusieron a comunicarse con ella para saber si aún se encontraba en Colombia. Todos los datos, incluyendo una grabación por parte de ella manifestando su preocupación, fueron entregados a Derechos Humanos.

Al tomar foto, incluida una del muchacho, documentos y registros, le imploré que  regresara a casa a descansar. El dolor de madre se reflejaba en sus ojos y su trato con mi persona fue tan armoniosa como si mi mamá me hablara de mi hermano. A fecha de escrito esto, no se ha tenido información sobre el paradero del hijo. Todo, por ahora, ha quedado en el papel.

8:45 p.m, la cena se sirvió en cada plato de icopor de aquellos que deseaban comer. Del cielo contemplado por la mañana, ahora se manifestaban dos estrellas solitarias en lo alto del firmamento; de las improvisaciones, pasamos al canto a pulmón fundido de salsa y vallenato entre los distintos parlantes. Mientras se comía arroz atollado con papas fritas de paquete, algunos y algunas degustaron de un delicioso plato de frijol, y junto a ello, las risas a viva voz y algunas siestas dentro de las tiendas de campaña, aún eran comunes en la fría noche. 

El fuego agonizaba lentamente mientras ardían algunos platos de icopor junto con ramas y troncos. Se manifestaron cantos a través de los parlantes que posiblemente nos recuerdan momentos pasados. En solitario y en susurro silencioso, quien estaba a mi izquierda, cantaba con los ojos cerrados mientras el fuego se reflejaba en su rostro, de fondo las risas e insultos jocosos seguían acompañando el fondo del calor. 

De improvisto, un grito se escuchó a los lejos dentro de las casas del conjunto residencial a un lado del campamento, un grito prolongado empezaba a reemplazar aquellos gritos más nítidos: La selección de Colombia había anotado su primer gol contra Perú. Todo continuaba, y a nadie le interesó, ni siquiera se fijaron en el grito tanto de los espectadores como del narrador de la TV, simplemente fue un ruido de fondo sin más.

10:14 p.m. Hablando entre colegas en espacio abierto sobre nuestras anécdotas laborales, los chiflidos opacaron hasta la música que sonaba a lo lejos. Un dron, que de manera silenciosa estaba sobrevolando el cielo del campamento, se escapó de la forma tan espontánea como se había manifestado sobre nosotros por el movimiento roñoso de sus hélices dejando tras de sí, una silueta con unas palpitantes luces verdes y rojas. Una sensación de incertidumbre entre todos se mantuvo por instantes debido a que se planeaba un traslado de madrugada, pensando, incluso, en la situación del Portal Resistencia en ese momento pero que, a la final, las charlas siguieron alrededor del fuego. -el que no comió, que coma mierda- dijo nuevamente Calarcá avisando por la cena, eran ya las 10:18.

Aún así, en otras ollas el arroz se seguía sirviendo, para ese instante con el frío cada vez mayor, decidimos cenar amenamente. El sabor de la olla calentada con madera se sentía en el arroz, caluroso para el organismo y sabroso para el paladar. Luego de llenar el buche, decidimos salir del campamento para observar lo que estaba pasando en el Portal: se encontraba muy tranquilo y relativamente silencioso. Estaba custodiado por diecinueve policías de fuerza disponible en el exterior y por nueve del ESMAD en el interior, tres civiles hablaban con dos de ellos, mientras en la avenida se encontraban algunos puestos de comida rodeados por gente charlando entre sí.

11:47 p.m, volviendo al campamento sin atrasos ni gente observando alrededor nuestro, empezamos a charlar con otro joven quien nos mostró en un objeto la representación de encontrar la fe entre las heridas y el desastre; la fe de la vida en objetos de muerte: una camándula hecha con los balines que lastimaron a varios manifestantes, los tramos y el misterio que esta tenía eran perfectos, cada uno con la misma cantidad de cuentas que una camándula de Monserrate. Los lentes tanto de las cámaras como de los celulares no se hicieron esperar mientras se rogó por posar el rosario sobre el brazo de quien nos la mostró. 

Faltando cinco para las doce, esta vez el año no iba a terminar, pero sí el instante de risas y de asombro por la camándula, pues se recibió la alerta de una nueva camioneta blanca rodeando la cuadra por las calles ya desoladas. Así que nos trasladamos a la calle de la resistencia sin pasar a mayores, la tienda de campaña que hacía de guardia en la parte exterior hacía sonar su flauta de manera armoniosa. Una alerta musical, tal vez, esperando a chillar en melodiosas advertencias.

2:04 a.m, se corrió como la espuma la información de que en la plaza hacía presencia ya nueve tanquetas y un aproximado de quinientos efectivos; el plan de traslado se canceló definitivamente. Mientras tanto, continuábamos nuestras charlas, esta vez sobre anécdotas paranormales. Diez personas dentro de una tienda para dos; todos en la cama o todos en el piso. Mientras tomábamos canelazo, el mejor que he tomado en mucho tiempo, dejamos que el humo cubriera el calor de las manos de quienes la bebían. Y la madrugada pasó entre charlas casuales de quienes aún reían junto al helaje. Morfeo se presentó.

5:12 a.m, la álgida sensación dentro de la tienda de campaña, junto con una canción de Pedro Infante que me hizo recordar a mi abuelo sonando afuera, me forzó a salir a calmar mi frío con el fuego aún pujante que llevaba ya varias horas encendido. Con la luna en cuarto menguante, el satélite sonreía sobre el cielo junto a ese maldito helar incesante, ahora se había corrido el rumor de dicha camioneta blanca nuevamente, quien sea que la estaba manejando, usaba un arma con silenciador. No hubo temas mayores alrededor del fuego, salvo canciones de reggae mientras el cielo se aclaraba lentamente.

Entre el amanecer hasta la mañana tarde, decidimos dormir en un apartamento cercano,  y ya para las 10:20 de la mañana continuamos con algunas entrevistas. Las frases seguían anotándose en la libreta, entre ellos, un mensaje claro de lo que también puede sucedernos en nuestra labor de prensa: -si no te capuchas, allá afuera te pueden tomar foto- quien hablaba con nosotros, nos reveló con su testimonio que por medio de los videos que ellos recibían, obtuvieron uno en donde los ojos de un compañero de primer línea, fueron arrancados a manos de un policía , y otro donde aparecía una cabeza recién arrancada de su cuerpo. Y las preguntas continuaron.

- ¿Para ti qué es la solidaridad?

- Solidaridad es dejar de pensar solo en mí -dijo el muchacho, - nosotros estamos luchando por los que no tienen nada.

Luego, nos explicó la función de las ocho líneas presentes en las manifestaciones, definiendo la última como el pueblo que participa de forma pacífica, aclarando: –si no está la primera y la octava, no hay nada-. Durante el apogeo de la entrevista, otras hélices odiosas aparecieron esta vez con mayor sondeo; un nuevo dron volvió a manifestarse entre chiflidos y breves arengas cantadas a lo lejos. En ese momento, nuestro entrevistado se puso de pie sobre el pastizal y exclamó: ¡Firulais!, ¡Firulais! En seguida, algunos y algunas con una capucha recién puesta, junto con una resortera y varias piedras entre sus manos, intentaron derribar el aparato que seguía rechinando a mayor altura, pero fue inútil. Siguió chirriando sus hélices por varios minutos.

Mientras retornaba la falsa calma, fue llamativo ver entre algunas manos de los jóvenes La Metamorfosis de Franz Kafka; y Satanás de Mario Mendoza. La hora de partir se estaba acercando para nosotros. Para las 12:08 del mediodía, luego de desayunar gaseosa de cola con sándwich, volvimos a tomar una bebida caliente, en esta ocasión fue chocolate con pan y saltinas. Definitivamente comimos mejor en todo un día que en nuestras casas durante una semana de quincena. El humo del nuevo arroz atollado junto con el sancocho empezaron a perfumar el mediodía, mientras algunos hacían flexiones y otros cortaban madera con un machete.

El calor y la acogida junto con la protección que nos ofrecieron no tuvo precio, nos invitó a la fraternidad no solo como ciudadanos, no solo entre periodistas y protagonistas de una historia lista para ser contada a través de una cámara y una crónica escrita, sino como jóvenes. El olor del chocolate con leche me convidó a repetir una segunda ronda para calentar mi garganta.

De improvisto, una señora que al instante se percibió a sí misma, como querida y amada por todo el mundo, fue recibida con piropos y halagos de todos los rincones del parque mientras caminaba por el paso de ladrillo con bolsas llenas de comida, y retornaba a la salida con una radiante sonrisa en sus labios, posando en pasarela como una diosa bendita por quienes la idolatraban. 

Justo antes de despedirnos y agradecer a M por todo el apoyo dentro del campamento, a nuestro lado una señora recogía junto con la ayuda de unos jóvenes todo el material reciclable de los botes de basura apostados en los jardines, recolectando cada botella y cada pedazo de plástico dentro de una gran bolsa. Finalmente, caminamos con nuestras maletas hacia la calle de la resistencia: -buenas tardes, compas. Muchas gracias.- fueron las palabras que recibimos por parte de la guardia de la tarde al partir.

Como se expuso, este encuentro de casi veinticuatro horas con los compañeros de primera línea, fue en un principio con síntomas de desconfianza, pero conforme pasaron las horas, terminamos charlando entre nosotros mas allá de nuestra labor, concluimos hablando como jóvenes, con los mismos anhelos de un país mejor; una con condiciones dignas para poder trabajar y poder vivir. 

Registrar cada instante y poder visualizar de primera mano toda manifestación que haya estado registrada o no en mis apuntes, lo resumo en una conclusión: para no olvidar jamás. Cuando a uno le cuesta entenderse a sí mismo, puede calmar esa sed de duda existencial encontrándose frente a los demás, reflejarse en ellos como un ser social; un ser que piensa, que siente. Y ellos, con quienes estudiamos juntos en antiguas épocas, verse plasmado en mundos alternativos donde por culpa de seres negligentes, dichos espejos persisten en condiciones mucho peores y agobiantes: algunos registrando, otros sufriendo.

Fue un día y una noche realmente pacíficas, duele ver lo que sucedió a los días siguientes, donde la ineptitud de un diálogo concluyó nuevamente en represión y violencia, aun así, resisten.

Y seguirán resistiendo.

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