Castro Caycedo… Relatando el olvido

24/08/2021

Johan Sebastián Quintero
Valentina Mora



Contar los hechos… Estas tres palabras han servido de eslogan para que múltiples cadenas informativas se ufanen de su labor. Esas mismas letras parecen una tarea fácil, pero no lo son. Son muy pocas las personas que se dedican a “narrar la vida” en este país, el oficio del periodismo se ha enfocado en el mensaje y no en los detalles.

Son los cronistas quienes se enmarcan en esos detalles que hoy día son ignorados y pasan desapercibidos, ellos se dedican a escribir historias, dicho de esta forma, no parece que fuera esencial su labor. Pero por el contrario, sus textos son testimonios de la historia, que es la memoria del patrimonio cultural, tan importante para la identidad de una nación. Sus escritos sirven para visibilizar ese carácter humano que lo informativo olvidó. Las crónicas son el recuerdo de lo ocurrido, muy relevantes para no repetir una historia que desconocemos.

Centrándonos en este país, el periodismo ha sido complaciente de “contar los hechos” desde el estudio y se ha limitado a las grandes urbes. Existe una Colombia profunda, rural y olvidada que muy pocos han tenido la valentía de recorrer. Es por esto, que se tiene que destacar la labor de un personaje que sí fue capaz de conocer esa Colombia de la periferia, zipaquireño de nacimiento, fue German Castro Caycedo el hombre que descubrió y narró esa otra parte del territorio. Destaca como referente en “el mejor oficio del mundo” como lo llamaría Gabo. Sus obras —tanto escritas como televisivas— marcaron la forma de hacer este ejercicio desde la década de los 60s.

Nació el 3 de marzo de 1940 en el municipio de Zipaquirá. Si bien de su infancia no hay muchos detalles, algo que siempre reconoció a lo largo de su vida fue un temprano interés en la escritura, aquel que lo llevaba a escribir en los cursillos de cristiandad y a redactar crónicas taurinas estando aún en bachillerato. Cuando cursaba su último año, tras leer una crónica en El Tiempo de Camilo López, decidió que a eso quería dedicarse, a contar historias, a explorar las realidades tan diversas que convergen en este, nuestro territorio. Dado a este interés en la multiplicidad de formas y costumbres, y su afán de conocer el país a fondo, decidió estudiar antropología en la Universidad Nacional; no para ser antropólogo, sino para adentrarse en el concepto de nación cultural, a partir del cual posteriormente fundamentaría gran parte de su trabajo.

En 1967 ingresa a El Tiempo, lugar donde nutre su trabajo periodístico y que además da paso a sus muchos viajes por el país en búsqueda de aquellas historias que tan solo son un susurro en la capital. Fueron estas travesías y su acercamiento a otras culturas, las que lo llevaron a escribir su primer libro “Colombia amarga” y los otros textos que lo sucedieron como “Que la muerte espere”, novela que en 2005 le aseguró el premio de periodismo de Editorial Planeta. Aún así, su trabajo no se limitó a este medio de comunicación, pues el cronista también participó en columnas y artículos de otros periódicos y medios como la Revista Cambio 16. Por otro lado, en 1976 incursionó en el mundo audiovisual de la mano de la productora RTI Televisión, dirigiendo el programa semanal llamado Enviado Especial, el cual duró en transmisión 20 años y tuvo más de 1.000 programas. Todo esto, junto a sus 23 publicaciones, lo ayudó a consolidarse como una figura importante para el género que abanderó —la crónica— y le aseguró prestigiosas distinciones hasta el día de su fallecimiento, el pasado 15 de julio de 2021.

De su vida bien podría sacarse un relato ya que sobrevivió a dos accidentes aéreos, luchó por su vida en un hospital ruso debido a un resbalón, estuvo amenazado y secuestrado por el M-19 y, entre otras cosas, también entrevistó a figuras reconocidas en el territorio como Gabriel Garcia Márquez, Pablo Escobar y Jaime Bateman Cayón.

Comprendió su labor como una posibilidad de plasmar realidades alternas y profusas en papel, como la exhortación hacia un pensar crítico, hacia el reconocimiento de lo que habita más allá de la geografía urbana. Es así que su obra se vio marcada por aquellos hechos y problemáticas sociales que, quiérase o no, han cimentado lo que hoy es Colombia y que a su vez se han calcado a lo largo de la región latinoamericana.

Cuando se habla del trabajo de German Castro Caycedo no se puede desviar la mirada de la condición política y social del país en el siglo pasado. Sus relatos no son más que la visibilización de una historia en la que predomina la violencia, el asesinato, la inequidad social y la ausencia del Estado. Colombia en su historia (haciendo también referencia a la actualidad) se embarca en luchas ideológicas que se fundamentan en la tradición y no en la asimilación racional de sus principios.

La realidad que Caycedo empieza a relatar por allá en los 70s es el resultado de una sociedad convulsionada por hechos que la desgastaron de forma económica y moral. El asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, la violencia sufrida en los 50s entre liberales y conservadores, el pacto macabro llamado Frente Nacional y el surgimiento de grupos armados ilegales fueron el detonante de esa Colombia que Caycedo llevaría a sus libros no solo como recuerdo sino como visibilización de lo ignorado y olvidado.  

A pesar de las difíciles situaciones políticas y sociales que ocurren en el territorio, Caycedo, firme en sus formas de investigar, iba a los sitios más recónditos del país, aclaraba los hechos y hablaba con esas figuras que destacaban sin importar sus condiciones. Con esto, construye relatos y detalla sentimientos de esa gente común que ha formado parte de la historia pero que no ha sido merecedora de recuerdo. De esta forma, las realidades colombianas son representadas; la persona de a pie es protagonista de su propio relato.  

Esto se ve reflejado en Colombia Amarga (1976), su primer libro, en el cual asienta las bases de sus posteriores trabajos; en este expone lo que viven quienes experimentan la violencia de primera mano, la verdad de aquellos que han sido subyugados bajo las ideas civilizatorias que habitan el territorio desde nuestra colonización. Los reportajes que allí convergen dan paso a las subjetividades de quienes son entrevistados, quienes narran cómo la falta de oportunidades y la desigualdad en la distribución de tierras causaron un desarraigo y evidenciaron un tejido social endeble en las zonas rurales del país ante quienes acaparaban las riquezas, los dichosos latifundistas.  

Asimismo, a través de sus relatos, va recorriendo todas esas capas sociales de la realidad colombiana; esto también se evidencia en su escrito La Bruja (1994) cuando le da el protagonismo a Amanda Londoño para que cuente su historia que se sitúa en Fredonia. También Jaime Builes —un capo del narcotráfico que se había situado en el mismo territorio “comprando” terrenos— destaca en el relato. Este libro es una crónica periodística que se fundamenta en las conversaciones y entrevistas con estas dos personas. El arte esoterista, el narcotráfico y el desplazamiento forzado, también figuran como protagonistas.

Como estos, son múltiples los textos de Caycedo que tienen clara noción de la nación cultural, esa que se mueve entre la geografía social e histórica, con aires cartográficos; la misma que describe procesos de pertenencia y que no se circunscribe a la narrativa historiográfica colonizadora y unidireccional, marcada por la idea de progreso. De ahí radica la importancia de los mismos, de ese carácter humano y cercano que contiene la crónica, un género propio de latinoamérica, que con sus técnicas tomadas también de la literatura logra revivir hechos que, a riesgo de sonar cliché, superan la ficción.

No podemos olvidar el carácter literario de las obras de Caycedo, a pesar de que sus trabajos fueron investigaciones periodísticas, los relatos que construía hacen que sus crónicas sean un híbrido entre estos géneros. Esta prolija relación ha desencadenado en una interpelación en la que Caycedo fue muy rotundo: “la realidad colombiana tiene suficiente ficción, no es necesario inventar nada” es lo que responde cuando se le preguntó por la veracidad del relato en la construcción del escrito que proviene de la realidad, se pone en duda que la ficción podría hacer aparición para adornar el escrito o enriquecer los hechos.

Por todo esto es muy importante no olvidar lo que Castro Caycedo hizo por el periodismo y la literatura en este país. Su legado lo lleva a esos sitios recónditos del territorio que todos nos encargamos de ignorar, su labor fue relatar un olvido histórico que hoy día seguimos sustentando. Como escritor y reportero nos recuerda que la profesión no se ejerce desde un escritorio. Sus crónicas más que “contar hechos” son el patrimonio de esa Colombia a la que aún le debemos una mirada.

Sapiencia y erudición permearon su trabajo, ninguna palabra quedó de más en ese camino forjado entre páginas hacia la conciencia social y cultural. German Castro Caycedo, el hombre que trascendió las letras y comprendió los modos de vida, dejó con su partida una puerta abierta para quienes, como él, se han atrevido a cuestionar y ver más allá de lo que se nos cuenta, siempre en miras al reconocimiento del otro.  

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