El orgullo estadounidense: La verdadera arma de destrucción masiva

03/10/2021

Óscar Alarcón

“Vuelve el perro arrepentido, con sus miradas tan tiernas, con el hocico partido, con el rabo entre las piernas.” Esta es una canción muy conocida por los latinoamericanos en la voz de “Chespirito”, lo que nunca se pensó fue que se podría adjudicar la tonada a los gloriosos Estados Unidos de Norteamérica y mucho menos si de asuntos bélicos se trataba.

 El mundo se sorprendió con el inicio de la huida de la gran potencia americana del territorio afgano, que dejaba al país destrozado después de 20 años de una guerra, la cual se había iniciado con el único objetivo de capturar a Osama Bin Laden, pero después de conseguir dicha meta se mantuvo por dos décadas. Esta fue una pugna con masacres visibles y razones ocultas, como suele ocurrir en estos procesos históricos. 

Al desmenuzar estos hechos se debe tomar el libro de historia del siglo XX, recordando el motivo que desde primera instancia citó a los Yankees al territorio afgano. La mal llamada “Guerra Fría” se desarrollaba en el último tercio del centenario, la Unión Soviética había colaborado con el mandatario Taki   —proveniente de la zona— para liderar la revolución de Saur, donde se generaron cambios radicales para el mejoramiento del país, como la igualdad de sexos, la abolición del casamiento forzado y campañas de alfabetización. Aquellas fotos que rondaron en redes sociales hace algunos días de mujeres afganas estudiando y sin la necesidad de usar burkas, no evidencian logros obtenidos por las intervenciones estadounidenses, fueron decretos promulgados en la revolución socialista por la República Democrática de Afganistán.

Volviendo al tema principal. Tras la victoria de los soviéticos el orgullo norteamericano salió a flote una vez más, se pusieron sus trajecitos de conquistadores y emprendieron la marcha libertadora que, con valores altruistas, auxiliaría a los afganos, colaborando en la emancipación de la gran tiranía del diablo comunista. En esta artimaña el tío Sam llenó de fierros y dólares a los rebeldes islámicos muyahidines, fundamentalistas islámicos, quienes terminaron siendo padres de los reconocidos Talibanes que andan llenando de terror a occidente desde el mandato de W. Bush.

Recordar, es un verbo que el imperio estadounidense no ejecuta a cabalidad, cuando se muestran con sus miradas tan tiernas, como víctimas de una guerra que no es suya, sufren de amnesia selectiva, olvidan que el patrocinio y entrenamiento del tal reinado de terror del que ahora huyen fue promulgado por ellos mismos. Omiten su responsabilidad en la regeneración de las guerrillas muyahidines, celebraron el triunfo ante el demonio del socialismo y se regresaron a su país, después de constatar que los soviéticos se hubiesen retirado. Si Afganistán quedaba en manos de tiranos religiosos no era su problema, ellos con su labor “humanitaria” resguardaron al país de las garras de la URSS. 

El 11 de septiembre del 2001, fue el día en que las gemelas del tío Sam le hicieron recordar cómo había dejado a Afganistán, a quienes había entrenado y financiado para dirigir la nación surasiática. Les bastaron 26 días a los norteamericanos y sus aliados para iniciar la invasión de la región, cazando a Ozama Binladen, el ideador de este crimen atroz. Al conseguirlo en el 2011 ellos no se detuvieron, querían destruir su propia creación, así que al estilo de su meca cinematográfica emprendieron la guerra contra los malos, llevando la democracia, los McDonald’s, más de 150.000 muertos, 1,2 millones de desplazamientos forzados y gastando un aproximado de 2.2 billones de dólares, escribiendo historias épicas sobre su imperialismo altruista. 

Sin embargo, los esfuerzos “humanitarios” de la OTAN no fueron suficientes, la alianza de poderíos no pudo con los yihadistas y con el peso de 15 años de contienda, tuvieron que dar por terminada su misión, decidiendo únicamente acompañar y capacitar al ejército afgano para la continuación de la guerra contra los talibanes, quienes no permitieron el control integral del territorio en ningún momento, a pesar de 20 años de lucha. 

La derrota fue marcada por varios escándalos, los cuales fueron la guía de ruta para el estruendoso escape. El primero, fueron las negociaciones con los Talibanes, llevadas a cabo en marzo del 2020, donde el gobierno estadounidense pactó la liberación de más de 5.500 talibanes culpables de crímenes de lesa humanidad, además estableció la reducción de las operaciones militares y los ataques aéreos por parte del ejército norteamericano. Segundo, la desmoralización de las fuerzas afganas, quienes se quedaron sin el aparataje estadounidense con el que habían sido entrenados y ante las amenazas de morir a manos de los talibanes prefirieron desertar. 

Por último, la legitimidad y el control político mantuvieron comportamientos desacertados por parte de Washington, como lo fue la gran oleada de corrupción que se generó con la implementación del ejército afgano, sumado a esto, las imprecisiones en decisiones políticas como los bajos salarios de los militares, la permisibilidad del mercado negro con los suministros provenientes de Norteamérica, el intento de imposición del sistema liberal, entre otras.

Todos estos antecedentes construyeron la huida desesperada de los estadounidenses, que se ha robado las miradas no solo por la nueva caída de los gringos, sino por los atentados al aeropuerto de Kabul, que no fueron mayor sorpresa para analistas políticos de todo el mundo y trajeron consigo predicciones más fatalistas aún, citando ejemplos como el 11 de septiembre.

Lo cierto es que los estadounidenses perdieron una guerra más que se sumará a Irak, Corea y Vietnam, sin embargo, quieren salir con el rostro en alto, aguantando hasta el aniversario del 11 de septiembre, dado que se cumpliría la segunda década de su guerra más longeva, sin considerar las consecuencias que podría generar esa altiva “resistencia”,  sin importar la inexistente transformación del estado que prometieron democratizar y por supuesto sin abandonar su posición de víctima que ganó con el esfuerzo de su orgullo porque un imperio sin memoria, capitalista y con muertos por doquier, es un imperio que enorgullece reinar ¡enorgullece americanamente!

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